Si hay una constante en a lo largo de la historia de la salvación, es la colaboración del hombre con Dios para que su designio salvador se cumpla.

Cuántos hombres y mujeres forman parte de esta historia salvadora… Basta con abrir las Escrituras Santas para descubrir, en cualquiera de sus libros, historias personales llenas de vida, entrañadas en el pueblo, entrelazadas con Dios. Vidas sacadas del anonimato por la llamada de Él, que asumieron libremente su papel de mediadores e hicieron posible que la promesa hecha por Dios al inicio de todo, después de que Adán le dijese no y rechazara el amor como forma de vida, se cumpliera con el nacimiento de Jesús, “Dios con nosotros”.

Estos días, próximos a la celebración del nacimiento del Señor, afloran con fuerza algunas de estas personas.

La liturgia de hoy, junto a Jeremías anunciando los días en los que nacerá el “vástago legítimo de David” que salvará a Judá, su pueblo, nos presenta a José, esposo de la Virgen María, varón justo llamado por Dios, para que a través de él Jesús experimente la paternidad humana y por él se entronque en la dinastía de David.

José, sin ser padre de Jesús, ejercerá por voluntad de Dios el papel de su padre a todos los efectos.

Os invito a leer despacio como José, según nos cuenta san Mateo en su evangelio, llegó a tomar conciencia de su misión. No le fue fácil en un primer momento, porque la situación de la maternidad de María, de quien no duda, le supera. Sin embargo cuando sabe que quien juega en todo ello es Dios, acepta la parte que él le toca. Su fidelidad a Dios, como su fidelidad a María le lleva decir su “Sí”.

La grandeza de José se mide por la fidelidad a la misión. José tiene un puesto privilegiado, como María, dentro del designio de Dios. Como ella lo aceptó y, como a ella le marcó toda su vida. ¿Quién iba a pensar que José se ocuparía de cuidar del Hijo de Dios y que legalmente sería responsable del mismo?

Más importante aún, Jesús aprendió a amar experimentándose amado por José y María.

Profecía de Jeremías (23,5-8)

«Mirad que llegan días -oráculo del Señor en que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: “El-Señor-nuestra-justicia”.

Por eso, mirad que llegan días -oráculo del Señor – en que no se dirá: “Vive el Señor, que sacó a los israelitas de Egipto”, sino que se dirá: “Vive el Señor, que sacó a la raza de Israel del país del Norte y de los países adonde los expulsó, y los trajo para que habitaran en sus campos.”

Vástago legítimo de David

Mirad todos, sabed mi experiencia:
Primero salimos de la nada
llamados por el Amor de todo amor;
después de la locura de huída del Padre
y de abandonar los bienes del Jardín,
fuimos rescatados de la opresión del Faraón;
vueltos al hogar, preparado con ternura y tesón,
perdimos nuevamente en el juego de ser sin Él,
erramos el camino
perdiéndonos en tierras de sombras;
en el país del norte sabed que Él nos sostuvo
y cuando ya echábamos raíces,
nos arranco y nos trajo de nuevo a nuestra tierra.

Y no puede ser de otra manera,
porque su nombre es “Fidelidad”
y el pueblo lo conoce como:
“El Señor-nuestra justicia”.

Él vino y viene, Él está con nosotros aunque
nosotros, fuera de sí, nos sintamos expulsados.

Mirad el Hijo del Amor -Señor de la Justicia-
nos devolverá el derecho.