Del evangelio de san Lucas 10, 13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús: “¡ Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”.

RESPUESTA A LA PALABRA

Suenan duras las palabras de Jesús y
tiene su por qué.
Él, que ha venido para sanar el corazón del hombre,
de la herida mortal en lo que le infringe el desamor
a la verdad y al bien del que procede,
se lamenta del desprecio a su persona
por parte de los habitantes de aquellos lugares
en los que Él se ha volcado generosamente.

La resistencia del orgullo y de la soberbia
crece en aquello que deberían reconocer
el bien recibido y sin embargo,
rechazándolo se jactan de la no necesidad del mismo.
Con ello, sin saberlo, se instalan en el abismo
de su propia debilidad,
aunque vivan aupados en una seguridad aparente.

Rechazar al Todo-Bien, que ha bajado de lo Alto
para darnos la vida,
es condenarse a bajar a lo más profundo de la sima,
donde reina la muerte.

Los “ayes” de Jesús están justificados.
Su pena y el desencanto que sufre
por la obstinación de quienes se eligen a sí mismos
renunciando al amor gratuito de Dios,
se transforma en lamento.

En aquel tiempo fueron los habitantes de aquellas ciudades.
En nuestros días son tantos los que,
como aquellos, viven encerrados en su finitud y
han cortado todo lazo con una vida que les trascienda,
que no puede menos que hacernos pensar y
sentir como Jesús.
Si así no lo experimentamos,
puede ser que también nosotros
estemos ya entre ellos sin saberlo.