Del evangelio de san Lucas 6, 1-5

Un sábado, Jesús atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano. Unos fariseos les preguntaron: -«¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?» Jesús les replicó: -« ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, tomó los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y les dio a sus compañeros.» Y añadió: -«El Hijo del hombre es señor del sábado.»

 

RESPUESTA A LA PALABRA

De nuevo nos encontramos con la polémica,
en la que Jesús se verá implicado, más de una vez,
por la visión recortada que tienen los fariseos acerca de la ley.

Para ellos la perfección de todo hombre
estriba en el cumplimiento de la misma
en su totalidad, siempre y en todo momento,
de modo que lo que nace como una ayuda
para el crecimiento personal y
la convivencia con los otros,
se convierte en un obstáculo para ello.

Si contemplamos a Jesús en relación con la ley,
descubrimos una actitud respetuosa y
a la vez liberadora.
Él deja claro que no ha venido para abolir la ley;
lejos de ello, Él ha venido
para darle el cumplimiento debido
según la verdad de la misma,
ya que ésta no se sobrepone al hombre
sino que está a su servicio.

Por ello, no nos encontramos con alguien
que ejerza una benévola permisividad o tolerancia
con quien la incumple,
lo que hace es poner orden en las prioridades
con dos afirmaciones:
La ley es para el hombre y no lo contrario.
Él es el único Señor de la Ley,
por ello, el criterio auténtico para interpretarla es el suyo.

Cuando así lo hacemos podemos asegurar,
sin miedo a equivocarnos,
que el uso que le estamos dando
responde al objetivo para el que fue creada.

No deberíamos olvidar preguntarnos el para qué de una ley.
Detrás del mismo encontraríamos el nivel de exigencia
en su cumplimiento.

El abad Antonio decía que las virtudes
vividas sin la prudencia del amor se convierten en vicios