Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.”

RESPUESTA A LA PALABRA

Donde Dios ha sido expulsado, el hombre ocupa su lugar y
por ello hace y deshace, sin más conciencia que la suya,
ni más luz que la de su razón, limitada por su posicionamiento ideológico.

No exageramos si decimos que la violencia es la negación de Dios,
el imperio del más fuerte.
En el fondo es la irracionalidad revestida de justificaciones,
motivadas por el orgullo y el egoísmo.
En el libro del Génesis encontramos el inicio y el desarrollo
del mal en el mundo.

En un comienzo, el “Malo”, propone al hombre ser como Dios, sin Él.
La primera ruptura se efectúa.

El hombre no sólo abandona a Dios,
abandona también un proyecto de vida que pasa por el amor al hermano.

No nos debe de extrañar que la consecuencia de la muerte del Padre
sea el asesinato del hermano.
Caín no aguanta que su hermano sea distinto y pueda ser más que él.

Muerto el padre y el hermano,
no nos queda sino buscar cada uno sus intereses,
defendiéndolos, si es preciso, con la violencia.

En la raíz de todo conflicto se encuentra el pecado,
no querido por Dios y abolido por Jesucristo,
pero presente y actuante en el corazón de cada uno de nosotros.

Por ello, nuestro mundo de hoy necesita de hombres y mujeres
que, reconciliados con Dios y con ellos mismos,
trabajen por la paz de todos.

Dios es la Paz, creó un mundo en paz, quiso al hombre en paz.
Aquel primer proyecto se truncó,
pero Dios sigue apostando por nosotros.

Nos envió a su Hijo, Jesucristo, como mediador de todo conflicto,
Él con su muerte en la Cruz nos ha reconciliado con Dios y
nos llama con su gracia a reconciliarnos entre nosotros.

Él no usó de su poder para someter la voluntad del enemigo.
No respondió a la violencia con violencia.
Nos mostró un camino mejor: el del Amor entregado sin medida.

Pidamos a Dios que nos convierta de verdad al amor.
Que consideremos a los demás como hermanos.
Que nos sintamos responsables de ellos.
Que entreguemos como el Señor hace, si es preciso, nuestra vida.