Del evangelio de san Marcos 5, 1-20

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del lago, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenla fuerza para domarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: -«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes.» Porque Jesús le estaba diciendo: -«Espíritu inmundo, sal de este hombre.» Jesús le preguntó: -«¿Cómo te llamas?» El respondió: -«Me llamo Legión, porque somos muchos.» Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte. -os espíritus le rogaron: -«Déjanos ir y meternos en los cerdos.» Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

El evangelio de san Marcos recoge un episodio de la vida de Jesús en el que se refleja la experiencia de sufrimiento que padece el hombre que vive instalado en el mal. A la vez nos deja ver que Jesús es el único que puede vencerlo de verdad.

Quien ha leído la novela de Dostoievski “Los demonios”, ve como el hombre es incapaz de resistir las fuerzas del mal, sobre todo si no tiene como referencia la verdad, o ha crecido en un ambiente corrupto. La experiencia humana sobre el mal es común. El mal es más fuerte que nosotros y, sólo con medios humanos, no se consigue vencer. Sin embargo no tiene la última palabra. El Señor, con su amor desmedido, lo doblega y nos libera de él.

Es impresionante la descripción que hace el evangelista. La fuerza del mal es tan grande que ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenla fuerza para domarlo”.

Resulta impresionante constatar que “nadie tenía fuerzas para domarlo”. Sin embargo no se para ahí el evangelista. Una vez que nos alerta de la fuerza del mal, cuando se desencadena en el hombre, y de la debilidad de éste para atajarlo, deja claro que Jesús, el Señor, ha venido a vencerlo.

Es precisamente en la cruz, donde el mal parece vencer al Inocente, donde Éste lo vence definitivamente.