De la Primera carta de san Pablo a los Corintios 1,22-25

Hermanos: Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Si el domingo anterior la Liturgia nos daba motivos
para reflexionar sobre la dimensión gloriosa de la Cruz,
hoy podemos contemplarla como la respuesta de Dios
a un mundo desamorizado, que necesita un signo
que le devuelva el sentido genuino del amor,
es decir: La entrega fuera de toda lógica humana.

En la comunidad cristiana de Corinto se encontraban grupos
de distintas procedencias y con distintos criterios
sobre como entender la fe y las consecuencias de la misma.

Los más cercanos a los judíos esperaban a un Dios poderoso,
que liberase al pueblo de toda esclavitud material.
Por otra parte estaban los más cercanos
a una mentalidad racionalista,
incapaces de entender a un Dios débil,
que se deja vencer por el hombre.

San Pablo rechaza ambas posturas
y proclama la Cruz como el lugar donde Dios se manifiesta en plenitud.

Cristo crucificado es la respuesta de Dios
a las expectativas del hombre.
La cruz es el signo que libera del pecado,
raíz de todas las esclavitudes.

El poder de Dios es el del amor,
y el amor, llevado hasta el extremo,
se deja crucificar para salvar a quienes lo rechazan y lo crucifican.

El poder amoroso de Dios y su sabiduría infinita
se nos revelan en el rostro de Jesucristo crucificado.

En realidad no es fácil aceptar a un Dios tan débil,
que acepta ser rechazado, ultrajado y asesinado,
por salvar a sus mismos asesinos.

Sin embargo, no tenemos otro Señor que éste,
aunque pueda resultar extraño.

San Pablo dice que la Cruz resulta escandalosa para los judíos,
y locura y necedad para los sabios de este mundo,
pero fuerza y salvación para quienes la aceptan
como expresión plena del amor loco de Dios.

Dios no puede menos que darse
y se dona en el Hijo amado, Jesucristo.

Dios se ha hecho hombre como nosotros,
Dios se ha dejado crucificar por nosotros,
Dios se ha hecho Pan para nosotros.

Este es nuestro Dios y no otro.
Él es así y ha querido ser así para nosotros.
Un Dios así no excluye a nadie, acoge a todos.
A nosotros nos queda aceptarlo así, o rechazarlo.