Del evangelio de san Marcos 2, 18-22

En aquel tiempo, los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Vinieron unos y le preguntaron a Jesús: “Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?” Jesús les contestó: “¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que ayunarán”. Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado, porque la pieza tira del manto -lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos”.  

RESPUESTA A LA PALABRA

En nuestras sociedades del bienestar, hablar de ayuno, desde el punto de vista religiosos parece ser una antigualla. Sin embargo, sí se habla de dietas que regulen el peso y el bienestar de la persona. Se ayuna en función del cuerpo, que parece ser que es lo más importante en una sociedad de la imagen.  

Cuántas personas dedican parte de su tiempo en hacer ejercicios físicos, y se someten a un ayuno voluntario para salvaguardar la salud física, o simplemente para tener un cuerpo vistoso, con el que gustarse y gustar a los demás.   ¿Pero qué pasaría si habláramos de ejercitar el espíritu, y de someter nuestros sentidos a un control, para aligerarnos de todas aquellas cargas que nos impiden ser la personas que estamos llamadas a ser?  

Se habla de la obesidad como una enfermedad de nuestras sociedades occidentales, sin embargo, nos olvidamos de hablar de esa otra enfermedad que es la de la inflación del ego, que incapacita el desarrollo de esa parte de sí mismo, esencial para ser una “auténtica persona”.  

Deberíamos replantearnos el ayuno seriamente. No como una norma establecida por motivos religiosos, ni siquiera por solidaridad con aquellos que carecen de bienes materiales, como en ocasiones podemos hacer, empujados por campañas publicitarias, por ejemplo: el “Día del ayuno voluntario”.   Hay una necesidad imperiosa de retornar a esa austeridad que nos hace dueños de nosotros mismos, liberándonos de tanta dependencia que nos incapacita para darnos a los demás.

 El ayuno que necesitamos no está relacionado con los alimentos necesarios para una vida moderna, en la que muchas veces estamos sometidos a un fuerte desgaste, sobre todo psíquico y emocional.   Fundamentalmente, el ayuno que necesitamos es el de los sentidos.   Una vida en la que la sensualidad se apodere de la persona, no es difícil que derive en una frustración, que se puede prever por la ausencia de los valores fundamentales que estructuran y dinamizan a la persona.  

El Evangelio no es negación de cosas. No conduce al rechazo de todo aquello que es verdaderamente bueno para el hombre. Es la verdad que pone cada cosa en su sitio y las llama por su nombre.  

Hoy, en el relato de Marcos, nos encontramos con la pregunta de los fariseos a Jesús, de si es, o no es, necesario ayunar en base a unas normas establecidas.   Jesús viene a negar que la norma sea la base de la renuncia voluntaria a “algo”. Sí, a lo largo de todo el Evangelio, nos irá proponiendo una vida de renuncias a todo aquello que nos embrutece, y nos impide ser libres para acoger la vida de Dios en nosotros, y nos capacite para la entrega auténtica a los demás.