Del evangelio de san Mateo (5,13-16)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Veíamos el domingo anterior las bienaventuranzas como vida en el Señor.
Hoy se nos dice las consecuencias de vivir de ellas en nuestra vida cotidiana.

“Vosotros sois la luz del mundo”

Y el para qué de ello:

“Una lámpara se enciende para ponerla en un candelero y así alumbre a todos los de la casa”.

 Los texto de hoy nos ayudan a discernir la situación en la que muchos nos debatimos ante nuestro papel como cristianos en medio del mundo y de la Iglesia.

¿Cómo vivir transmitiendo a los demás el gozo del evangelio recibido?
¿Cómo hacer y qué decir para que el mensaje sea comprendido y aceptado?.

San Pablo, en su carta a los Corintios,expone cual es su actitud y cual es el contenido del mensaje que anuncia.

Su mensaje no es un saber mundano, una doctrina, unos valores, una ética consensuada.

Él anuncia el amor misterioso de Dios, encarnado y vivo en Jesucristo, su Señor. 

La fuente de su predicación está en su experiencia de Jesús, muerto y resucitado. El contenido de su anuncio se identifica con la locura del amor crucificado.

En cuanto a su actitud se deja ver con claridad:

“Yo no vine a vosotros con pretensiones de sabio. No traté de convenceros por mi palabra y por mi predicación. Me presenté ante vosotros con sencillez y temor. Para que“vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”,

No es la palabra del hombre quien convence, sino la fuerza del Espíritu que lleva al hombre a acoger el designio de Dios, que pasa por el amor crucificado, por el escándalo de la cruz.

La evangelización sólo es posible cuando el hombre, encontrado por el Señor, lo acoge y se identifica con Él. Entonces se vuelve semejante a Él, y su misma presencia en medio del mundo es evangelizadora.

Por ello, primeramente dice Jesús:

 “Yo soy la luz del mundo”

y después dirá:

“Vosotros sois la luz del mundo”

Si somos partícipes de su luz nuestras obras coincidirán con las suyas, dejarán ver su presencia y serán motivo para que crean otros crean.

Uno que vive junto a la fuente de la luz irradia esa misma luz.
Alguien que está sazonado y su vida tiene buen sabor puede ofrecer a los otros la fuente de su sal.

El Señor nos pide ser sal y luz. Y no lo podremos ser mientras que nosotros no participemos de ellas.

La mejor garantía de que nuestras obras iluminen nuestras palabras es nuestra cercanía y experiencia de Dios.