Del profeta Ezequiel 34,11-12.15-17

Así dice el Señor Dios: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido. Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor: Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

En este domingo, los temas que se nos ofrecen a nuestra reflexión
nos introducen en lo más hondo del sentido de la vida.
Fin del año Litúrgico, celebración de Jesucristo Rey,
venida del Señor, juicio de las naciones.

El hombre, desde sus orígenes, está envuelto
en la misericordia de Dios.

Es verdad que la soberbia le lleva a elegirse a sí mismo,
y a considerar enemigo o escabel para trepar, a Dios y a los demás.

Sin embargo, no puede dejar de ser imagen de un Dios
que le lleva impreso en sus entrañas, entrañado en su corazón.

Por ello vendrá a buscarlo, aunque sea hasta el infierno,
para rescatarlo de sí mismo y del pecado que anida en él.

Ezequiel nos acerca al misterio de la misericordia infinita.
Ante el fracaso de las mediaciones que Dios ha dispuesto
para el servicio de su Pueblo, será Él mismo quien se ocupará de ello.

 “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro”

Y nos dice, con qué cuidado lo hará.

“Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro…

Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios-…

Yo mismo buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas…”

Bien es cierto que la misericordia no niega para nada la justicia.
Al final, necesariamente, si Dios considera
al hombre como adulto libre y responsable,
esa misericordia no será un mirar para otro sitio,
dejando al hombre atrapado por su engaño.
La última palabra serán sus obras.
Las obras de cada cual sitúan al hombre en su verdad.

 “Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor: Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.”

Así podemos percibir mejor el texto de san Mateo,
en el que nos acerca al misterio del “Juicio Final”.

La verdad del juicio sobre nosotros,
no es contrario a la misericordia de Dios.
El amor de Dios envuelve a todos los hombres,
pero como amor que es, no puede forzar a que se acoja,
pudiendo ser rechazado,
convirtiéndose así en algo destructivo para quien
no se abra a esa misericordia.

No hay justicia sin misericordia,
pero no hay misericordia sin justicia,
porque una misericordia que ignora la maldad
no rescata de la misma.

Sólo se redime lo que anteriormente se asume.

El icono del Juicio Final está revestido por la luz de la resurrección.
No es un juicio para la muerte,
sino un juicio de misericordia que deja al descubierto
el triunfo del amor rechazado
hasta ser aniquilado, pero resucitado y resucitador.

A la vez, nos encontramos con el triunfo del amor
en la vida de aquellos hombres que,
acogiendo el amor del Resucitado,
hicieron de ella cauce por el que llegara a todos el amor de Dios.

Es llamativo ver cómo la gloria del Resucitado
se hace presente en la glorificación de quienes le han seguido y
han hecho un camino semejante al suyo.

“Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre…, Dirá a unos: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.”

Ese día, el designio de Dios se habrá consumado y
la humanidad entera alcanzará la plena realización para la que fue llamada.