Del evangelio de san Juan 3, 13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Seguro que la perplejidad de Nicodemo
no tuvo medida cuando escuchó a Jesús
palabras impensables para alguien que concebía a Dios
como el totalmente “Otro”,
como el “Innombrable”,
al que no se le puede mirar a la cara y seguir vivo.

“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo”.

Novedad que revoluciona todo el pensamiento humano,
que subvierte la razón natural.

Dios, que se enajena, se expropia, se da,
y todo ello por amor al hombre.
Cuando hablamos de la locura de la cruz,
no hacemos sino constatar el amor loco de Dios,
que no se aferra a su condición divina,
antes bien, se despojará de ella y tomará la nuestra
para que nos podamos contemplar en un mismo plano,
ahora en la tierra y por siempre en el cielo.

La revelación de Jesús no tiene parangón.
Cambia la dinámica del pensamiento humano y
le hace ver que la orientación auténtica del mismo
no es la de medrar para subir,
sino la de amar para bajar,
porque sólo sube el que antes baja.

Dice Jesús:

“Nadie ha subido al cielo,sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre”.

El que no alardea de su origen,
ni se afana porque se le reconozca.
El que haciéndose como nosotros
quiso ocupar el último lugar,
nos enseña verazmente
cómo el final de quien se “humilla”  es su glorificación.

Lección tremenda la de Jesús,
Revelación definitiva para que la confianza
se establezca para siempre
en el corazón del hombre y
la esperanza brille en medio de las sombras,
arrojadas al mundo por el mal
en todos los periodos de la historia.

Dios no manda a su Hijo para condenarnos.
No, si lo ha enviado, es para todo lo contrario,
para que nadie se pierda en las simas del mal,
para que todos experimentemos su amor y
en él, descendiendo, ascendamos
hasta lo más alto del cielo,
donde le proclamemos como nuestro único Señor.