Otra vez dos mujeres. Dos agraciadas y agradecidas de Dios. Dos mujeres humildes en sí y ricas de Dios, que cantan y alaban la bondad de quien viene a nosotros y vuelve del revés los valores que priman en el llamado primer mundo, en la cultura del capital y del tener, del bienestar y aparentar.

Ana la mujer que da lo recibido, que entrega a Dios el hijo concebido por la gracia, fruto de la súplica. “el Señor me ha concedido lo que le pedí. Ahora se lo cedo al Señor”.

Ana sabe muy bien, que cada uno es lo que a su vez recibe y a la vez entrega. También nosotros sabemos que no nos constituyen las cosas que poseemos, sino lo dones depositados en nosotros y que enriquecen a los demás. Por eso, María, la gran conocedora del misterio de la naturaleza humana, recogiendo el sentir de su pueblo, proclama el canto más bello que decir se pueda. En su alabanza a Dios se hace presente la historia de la humanidad contemplada desde la otra cara de la vida, desconocida para tantos.

Dios nos mira en nuestra realidad primera y nos agracia hasta hacernos a su medida.

Ella, pequeña entre los pequeños, porque Dios la ama y porque así lo quiere la ha hecho la más grande aquí en la tierra como en el cielo; y así se experimenta y, sin rubor, se confiesa reconocida y alabada por los siglos, porque Dios, fiel a su palabra, es el artífice de la nueva humanidad de la que ella es la primicia.

Bendito sea Dios que al final reconduce la historia de la mano de los pequeños.

Dos días más y el rumor de los ángeles recorrerá nuestra tierra. ¿Quién podrá decir que pasaron por su corazón?. Quien bendiga su suerte de humilde y como niño se entregue sin miedo ni celos al pequeño que nace.

Del libro de Samuel (1,24-28)

En aquellos días, cuando Ana hubo destetado a Samuel, subió con él al templo del Señor, de Siló, llevando un novillo de tres años, una fanega de harina y un odre de vino. El niño era aun muy pequeño.

Cuando mataron el novillo, Ana presentó el niño a Elí, diciendo:  «Señor, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición. Por eso se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo.» Después se postraron ante el Señor.

Lo más bello que decir se pueda

Don de Dios a madre estéril,
don para el pueblo necesitado de esperanza
en un tiempo en el que el silencio de Dios abruma
y la palabra vacía de quienes hablan al pueblo
trastornan la razón de los sencillos.

Ana, mujer hundida por estéril,
eres levantada por amor.

Dadora de la gracia recibida,
Samuel, señal de Dios para el pueblo,
anticipo del que es Todo en todos.

Don que se regala en acción de gracias,
reconocido en la acogida
de Aquel que se revela dándose.