Del evangelio de san Marcos 1, 14-20

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Nadie encuentra a Dios si éste no se hace el encontradizo. Dios llama a Abrahán, envía a Moisés, elige a David… Dios nos precede en el camino porque él “nos amó primero”.

Jesús también nos precede y por amor llama a los que quiere para que se vinculen de un modo especial a su misión. No hace agravio porque llame a unos y no a otros para determinada realidad.

Él, como el Padre, quiere a todos y quiere “que todos lleguen al conocimiento de la verdad y se salven”, que es lo mismo que decir que lleguen al conocimiento del Padre y acojan con plena libertad el amor que se desprende de su propia entrega , muerte y resurrección.

Jesús ha querido asociar, desde el inicio de su misión, a un grupo de hombres para que compartan su experiencia de amor y, llegado el momento, continúen su misión en el mundo.

Si se destaca en el modo de hacer de Jesús su plena libertad:
“Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”,

no es menos importante la rapidez en la respuesta de quienes son llamados:
“Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”.

Una cosa creo que conviene no pasar por alto. Jesús llama a quienes pueden vivir sin necesidad de lo que Él les pueda ofrecer. Tienen una vida relativamente segura. Un trabajo y un estatus social reconocido que les confiere una libertad frente a toda propuesta que les pueda desestabilizar su vida.

En la base de toda llamada late un amor profundo y no una necesidad, tanto en el Señor que llama, como en aquel que experimenta su llamada.

 ¿No será la falta de vocaciones consecuencia de una ausencia de amor, por desconocimiento del Dios que nos ama y nos llama a compartir su proyecto?