Del evangelio de san Lucas 12, 32-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA.

Estar preparados es la actitud que aconseja el Señor.

Pero nos podemos preguntar el para qué y el para cuándo.

Muchas veces hemos entendido este estar preparados
en orden a la muerte.

Se nos enseñaba como algo sustancial vivir una vida recta,
para que cuando el Señor nos llame a su presencia
nos encuentre en gracia.

Sin dejar de ser esto así, no lo es todo.
No debemos olvidar que el encuentro final
es consecuencia de ese vivir cotidiano
en el que se ha ido fraguando una relación de amor.

La necesidad de estar preparados es siempre una necesidad actual,
que nace de esa buena relación que no impone el Señor,
sino que está en la base de un mutuo conocimiento.

No esperamos al Señor que viene para llevarnos,
sino que viene a compartir su vida con nosotros y
a otorgarnos una parte de su misión.

Por eso, a la actitud de espera activa
debemos sumar la actitud de la disponibilidad
para recibirle y recibir los dones que  Él nos trae.

Porque el Señor no viene para pedirnos esto o aquello,
ni siquiera para rendirle cuentas.
El Señor viene dándose y dándonos.
Por ello, Jesús llama bienaventurados a quienes a su llegada,
le abren y le acogen,
porque se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.

El Señor es imprevisible en su amor.
Lo manifiesta a lo largo de todo el Evangelio.

Él no vino a ser servido, sino a servir.
Él no vaciló, en despojarse de su realeza,
en coger la jofaina y lavar los pies a sus amigos.
Él no dudó, antes de anonadarse en la Cruz,
hacerse Pan y darse así como comida
a todos aquellos que se sienten a su Mesa.

Él nos sigue diciendo a todos y a cada uno de nosotros,
como nos lo dejó dicho san Juan en el Apocalipsis:
“Estoy a la puerta y llamo; quien me abra, pasaré y cenaré con él”.

No olvidemos algo que también dice Jesús en este evangelio:
“dónde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón”.

Seguro que si Jesús está en nuestro corazón como único tesoro,
estaremos deseosos y expectantes para recibirlo y acogerlo.