Del evangelio de san Marcos 2, 23-28

Un sábado atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: “Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?” El les respondió: “¿No habéis leído nunca lo que hizo David cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros”. Y añadió: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado”.

 

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Cuanto más entramos en el corazón del Evangelio,
más descubrimos el punto de libertad que encierra,
y comunica a todo el que acoge a Jesús
como el comunicador de la verdad que nos hace libres.

San Marcos nos sitúa ante un caso en el que se juega
la legalidad, la norma establecida
para ayudar a vertebrar la vida de la comunidad,
pero que, cuando se erige por encima de la persona,
no tiene razón de ser.
Estamos en lo de siempre:
¿Qué se debe salvar por encima de todo, la norma o la persona?.

Para Jesús está muy claro. No en vano, Él ha venido
para salvarnos también de la norma que asfixia
e invalida nuestra libertad más profunda.

El hombre libre es aquel que organiza su vida
desde el amor único de Dios,
que no rechaza la norma justa,
pero pone siempre al hombre por encima de la misma.

En definitiva, la norma que ahorma la libertad del hombre,
es la del amor.

“Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser, y al prójimo como Dios te ama”.

San Agustín decía: “Ama y haz lo que quieras”.
Pero sin olvidar el sentido preciso de ese amor.
Ama de verdad y desde la verdad.
No busques una realización fácil que justifique tu conciencia,
liberándote de aquellos compromisos que evitas,
porque no están en tus cálculos.