Del evangelio de san Lucas 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.” Jesús le intimó: “¡Cierra la boca y sal!” El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: “¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.” Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

El texto de san Lucas ahonda en el misterio del mal, producto del “Malo,
en el mundo que, como cizaña, está mezclado con el buen trigo.
Uno de los éxitos del “Malo” es hacernos creer en su inexistencia,
y así andar haciendo y deshaciendo a la sombra del bien.

Es curioso que el “Malo” no impida al hombre, conquistado por él,
ir a la sinagoga y escuchar la enseñanza del rabino.
Si lo tiene amarrado por el corazón,
el que vaya y oiga puede incluso ser bueno,
porque mientras tanto puede contaminar a otros ingenuos
que se dejen tantear, que se dejen tentar.

La vida del hombre, en su relación con Dios, no es químicamente pura.
“Dios anda entre los pucheros”, decía santa Teresa,
pero también el “Malo” puede ser visitante asiduo de la cocina y
entablar batalla en el corazón de quien trabaja en ella.

San Lucas, con este pasaje, nos hace caer en la cuenta
de que el sólo conocimiento del Señor
no lleva al hombre a la salvación.
Es el amor, sólo el amor a Dios, a quien se conoce, puede salvarnos.

El diablo conoce la identidad de Cristo y su afirmación es rotunda:

“Sé quién eres: el Santo de Dios”.

Pero el diablo no ama, su enemistad con el Santo de Dios es total y,
aunque se le someta, buscará su muerte.

Es curioso observar cómo, en aquel momento,
nadie sabía de Jesús tanto como él y
sin embargo, le manda callar.
Más aún, lo saca de aquella persona y lo expulsa de aquel lugar.

La fe, como realidad teologal,
tiene muy poco de teoría del conocimiento de Dios,
sino que se enraíza en el corazón de la persona,
se hace carne en ella y
la lleva a una relación “cordial” con el Señor.