MIERCOLES DE CENIZA

En medio de nuestro caminar diario
la Iglesia nos presenta un Tiempo de Gracia.

Nos invita a salir de la rutina
y a contemplarnos como Dios nos contempla.
Nos propone intercambiar con Él el modo de ver y de hacer.
Nos pide que le dejemos entrar en nosotros,
para que podamos ver la realidad como Él la ve,
para que le podamos ver como Él es,
para que nos podamos ver como Él nos ve.

Tiempo de Gracia para recomenzar a ser hijos en el Hijo
y hermanos con todos.
Para volver al amor primero.

Pero ¿cómo hacerlo si aparentemente los caminos están cegados
y el calzado roto de tanto andar, yendo y viniendo,
empujados por el deseo de llegar y retenidos por mil circunstancias.

Esta mañana, hablando con un amigo le preguntaba
cómo acometer este tiempo, en el que la confusión es tanta,
para que sea de verdad tiempo de gracia.

No me ha dado otra clave que la de la sensatez del Evangelio.

“Trata de escuchar con el corazón, contempla las Escrituras Santas,
que Ellas sean las que se abran a ti.
La palabra humana puede engañar,
la razón puede desviar
y la lógica de los acontecimientos nos puede trastornar,
pero el corazón no miente.
Apóyate en la experiencia de aquellos que conocemos
y que nos han precedido en un camino semejante”.

No puedo menos que agradecérselo públicamente. Gracias amigo.

Tomo como palabra urgente las Siete Cartas a las Siete Iglesias,
que san Juan nos legó en el Apocalipsis.
 
Dios conoce mis obras, mis intenciones,
sabe de mi caminar más que yo mismo,
sabe también la necesidad que tengo de volver a lo esencial
y sabe que necesito de Él para esa vuelta.

El ángel de la Iglesia de Éfeso me escribe: 

“Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano… Conozco tus obras, tu fatiga, tu aguante; sé que no puedes soportar a los malvados… Eres tenaz, has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga; pero tengo en contra tuya que has abandonado el amor primero. Recuerda donde has caído, arrepiéntete y vuelve a proceder como antes…” (2,15)

Soy invitado, somos invitados, a volver al Amor primero,
a entrar en la dinámica del “Sólo Dios basta”,
porque todo lo demás, misión incluida,
lo encontraremos en Él y lo contemplaremos como Él,
no apropiándonos de nada ni de nadie.

El término conversión, en hebreo “shub”,
significa “retorno”, volver a Dios, a su proyecto originario de amor.
Volver al amor primero.
Devolver el corazón a su dueño,
retornar al hogar abandonado.

No serán pocas las veces que la palabra “conversión”
llegue a nuestros oídos con los matices de siempre:
“conviértete, sé mejor, cambia esas actitudes
que te incapacitan para vivir cristianamente…”

Vale, lo tendré en cuenta,
pero antes necesito acoger el don del encuentro
con Aquél que me capacite para ello.

Otra cosa que me aconsejaba mi amigo, antes mencionado,
es que retomara la lectura de los Padres del desierto,
y así lo hago.

Entre los aptegmas del padre Arsenio encuentro el siguiente:

“Un hermano pidió al padre Arsenio que le dijera una palabra. El anciano le dijo: “Lucha con todas tus fuerzas para que el trabajo que haces dentro se ti sea según Dios y así vencerás las pasiones de fuera”.

Dios quiera que nuestra vuelta a Él no se retrase,
para que llegando a Él nos regrese, como es su costumbre,
a servir a los demás.