No todo el que dice ¡Señor; Señor! ya es cristiano; si su hacer no responde a la realidad de hijo de Dios; si su vida diaria no tiene en cuenta que los demás son más que simples compañeros de viaje, no entrará en el reino de los cielos.

¿No basta, entonces, con reconocer e invocar al Señor?. No basta.

Mientras la palabra no salga del corazón de quien recibe y acoge la Palabra de Dios, esa palabra será vana; y, brota del corazón cuando éste ha sido transformado por la gracia y el hacer de la persona.

Cuando un hombre recibe la palabra de Dios y hace de ella la roca donde edifica su vida, entonces, todo lo que hay en él está marcado por la consistencia de su principio y fundamento. El necio, por lo contrario, que edifica sobre palabras fáciles y complacientes, se convierte en un ser frágil y dependiente de las circunstancias; su fundamento es viento y arena.

Señor, ayúdanos a cavar nuestro corazón hasta llegar a lo profundo de él, donde te encuentras tú, roca viva, desde donde construir con seriedad nuestra vida cristiana

 Profecía de Isaías (26,1-6)

 “Aquel día, se cantará este canto en el país de Judá:«Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes. Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti.

Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua: doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada; la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo, y la pisan los pies, los pies del humilde, las pisadas de los pobres.»

 

“Abrid las puertas para que entre el pueblo”

¿cuándo se abrirán las puertas
para que nadie acampe en las afueras
o quiera tomarla por asalto?

Queremos una ciudad segura;
sin embargo, sembramos violencia y frustración.
Babilonia moderna, vieja en ideas
recicladas al calor del poder y del dinero.

Levantamos torres de cristal y acero,
atalayas del “bien vivir”,
donde se negocian las vidas de los pobres
y numeran a las naciones
en base a su producción.
Mientras, como hormigas,
los hombres, sin raíz y sin papeles
trajinan lo que pueden
y deambulan buscando un lugar donde pararse.

Confiad en mí, dicen los políticos de turno,
y el grupo de sabios, adictos al poder,
reclaman para sí el derecho
de ser ellos quienes saben
lo a cada uno de nosotros nos conviene.
 
¿Cómo confiar en quien excluye,
en quien segrega vacío y sin-sentido,
en quien prescinde e ignora el nombre
de cada hombre,
convirtiéndole en dígito y estadística?

Dice el profeta:

Confiad en el Señor,
porque él es nuestra Roca.
Él doblegará las voluntades rebeldes,
reducirá el orgullo de los grandes
y hará que los pies de los humildes
pisen la tierra destinada para ellos.