Del evangelio de san Mateo 18, 15-20
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
RESPUESTA A LA PALABRA
Estamos llamados a vivir en común,
lo cual no supone la inexistencia de tensiones
motivadas por el mal hacer de algunos
de los miembros de la comunidad,
ya sea natural o pactada,
de orden religioso o civil, mercantil o de ocio…
¿Qué hacer cuando un miembro de una comunidad,
llevado de su amor propio y de sus intereses personales,
ofende a otro o a otros de la misma?.
¿Podemos considerar solamente responsable
a aquél que ofende y
asunto exclusivo del que se siente ofendido?.
¿Hasta dónde estamos implicados todos
en el buen funcionamiento
de la “sociedad” en la que vivimos?
Preguntas que para nada son retóricas,
sino que piden una respuesta cabal.
Si es cierto que todos nacemos con una vocación grupal,
no por ello estamos exentos de aprendizaje.
En la vida todo se aprende y por lo tanto,
es necesario que los demás nos indiquen
aquellas pautas positivas de comportamiento,
que nos lleven a vivir fraternalmente con todos.
Cuando no es así, las relaciones personales se enturbian y
la convivencia se deteriora.
El evangelio de hoy viene en nuestra ayuda
para afrontar qué debemos hacer cuando esto acontece.
Jesús, para quien el amor,
hecho respeto y solidaridad,
debe estar en la base de toda relación humana,
nos propone para no llegar a la ruptura entre nosotros,
la práctica de la corrección fraterna,
que no es otra cosa que llevar al errado a la verdad,
sacándolo así de su pecado.
Primero, si es posible de modo personal y
con suma discreción.
De no ser posible o si eres rechazado,
trata de buscar a alguien que pueda ayudarte en esa misión.
Si tampoco de este modo recapacita,
que sea la comunidad en pleno quien le corrija.
El perdón y la misericordia no excluyen la corrección,
más aún, la piden como forma de amor.
Si no fuera así se estaría diciendo, sin decir,
que la vida de esa persona no nos interesa para nada.
Para compartir esta historia, elija cualquier plataforma
Deje su comentario
Usted debe estar identificado para comentar