Hoy es domingo, en otro tiempo día dedicado al descanso y encuentro con la comunidad cristiana en torno a la “doble mesa”, donde se alimenta la comunidad cristiana; la mesa de la palabra y la mesa de la Eucaristía.

Este domingo, segundo de adviento, la Palabra de Dios, que proclama Juan Bautista, viene cargada de esperanza. Retomando un oráculo del profeta Isaías nos emplaza a preparar el camino, allanándolo, para que el encuentro con el Señor, que llega, sea posible; camino que debemos buscar en nuestro corazón; camino a veces tortuoso, difícil, enrevesado; cortado por hondonadas por donde se precipita nuestra esperanza; que se pierde al pie de montañas de obstáculos que nos parecen insalvables.

Pero, todo eso, siendo real no es definitivo en nosotros. Podemos, si queremos, con la ayuda del señor, enderezar lo torcido, allanar lo escabroso reconducir nuestra esperanza hacia Él.

Juan termina el oráculo de Isaías con una afirmación de vida: “Y todos verán la salvación de Dios”

¿Por qué no probar, haciendo como Juan el Bautista? Busquemos un tiempo de silencio; llevemos nuestro corazón a la soledad de nuestros desiertos particulares para que resuenen los ecos de la Palabra de Dios. Acojámosla y dejemos que nos susurre su paz. Confiemos en que Dios cumple siempre su palabra. Dispongámonos a ver su salvación en nosotros.

Profecía de Jeremías (33,14-16)

«Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá.

En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra.

En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “Señor-nuestra-justicia”.»

 

Te llamarán así: Señor-nuestra justicia

Baruc, profeta del destierro
que sabes que los tiempos se cumplen
y levantas al pueblo que espera en su Dios.

Jerusalén, despójate de tu luto
y vístete con la luz,
que el Eterno, desde siempre,
te tiene guardada,
porque si el mal te ha mordido,
ya es tiempo de ponerle mordaza.

Triunfa el mal,
te dijo, el enemigo,
engañándote,
cuando él mismo sabe
que sus días los tiene contados.

Perdurable es el bien y la carne que él viste.

La gloria de Dios, que es eterna,
descansa en tus hijos
y su amor, sin medida,
ensancha el solar de tu pueblo.

Levántate, Jerusalén, mira quien viene
trayendo a tus hijos en brazos.
El Eterno, el Señor de la Historia
conduce la marcha.
En sus labios, un nombre te trae:
Paz en la justicia,
Gloria en la piedad.