Del profeta Jeremías 20,7-9

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: “Violencia”, proclamando: “Destrucción”. La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: “No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre”; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.

 

 

Del evangelio de san Mateo 16,21-27

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.” Jesús se volvió y dijo a Pedro: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.” Entonces dijo a sus discípulos: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Los textos de la liturgia de este domingo
nos hablan claramente del aguijón
que supone la vocación, recibida como gracia y
percibida como riesgo:

“Si el grano de trigo no muere…”

Así, aquel que recibe una vocación-misión,
si no está dispuesto a morir a “su proyecto” de vida,
le será muy difícil experimentarla como algo realizante,
como el modo de vida más excelente para él.
Las confesiones de Jeremías nos acercan a esta realidad.
Jeremías es llamado a una misión en tiempos difíciles,
de manera que la aceptación de la misma
la hace muy a pesar suyo.

Si ha dicho que sí es porque ha sido seducido, violentado,
llevado más allá de su deseo.
Dios fue más fuerte que él y le venció,
de manera que será profeta muy a pesar suyo.

Las palabras de Jeremías son estremecedoras,
su confesión no puede ser más fuerte:

Me dije: “No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre”;

pero también resultan conmovedoras al manifestar
el fuego ardiente de Dios, trasfundido hasta sus mismísimos huesos:

“pero su amor era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.”

Mateo, por su parte, nos asoma a la vocación de Pedro y
a la lucha constante en la que vive sumergido,
entre el seguimiento que ha aceptado y
su proyecto personal, al que aún no ha muerto.

El mismo Pedro, que momentos antes ha sido declarado
bienaventurado por Jesús,
después se verá corregido y declarado como enemigo
del designio de Dios, que pasa por la cruz.

Pedro ama a Jesús y quiere seguirle,
pero no deja de ser hombre y se resiste a entrar
en un proceso de amor
que supone la muerte de su Señor y
por extensión la suya propia.
Jesús comparará la actitud de Pedro a la de Satanás,
porque trata de impedirle que viva su misión
hasta las últimas consecuencias.

El discípulo no puede ser mayor que su Señor,
ni marchará delante del mismo.
Pedro, si sigue a Jesús, debe pisar sus huellas y
no querer ir delante de Él,
preparándole un camino que no es el suyo.
Pedro debe dejarse conducir y no proyectar sobre Jesús
lo que quisiera para sí mismo.

No se puede seguir a Jesús y valernos de Él
para conseguir nuestros proyectos.  
Y en realidad, no pocas veces, es lo que hacemos.

Este pasaje nos enseña el camino real de toda la vocación.
También nosotros podemos escuchar:
“Dichoso tú Pedro porque has sido agraciado con una vocación especial,
pero cuidado, porque este camino no es nada fácil,
porque lo que te espera es hacer aquello que tu mismo no quieres.

Pedro se resistirá no sólo una vez.
Será al final, en Cesarea de Filipo,
cuando sea vencido por el Señor,
cuando éste le pregunte sobre el amor:

¿Pedro me amas más que estos?

Pedro habrá madurado para entonces y
su respuesta no buscará argumentos  humanos.
Pedro responderá:

“Tú, Señor lo sabes, Tú sabes que te amo”.

La vocación es un camino de maduración en el amor,
que supone lucha a muerte a nuestro querer particular
y en la que nos jugamos mucho más que un futuro inmediato.

 

Las palabras de Jesús pueden resultarnos
a veces desconcertantes, pero necesitamos oírlas
para situarnos dentro de su designio de amor.

Hoy deberíamos dejarnos sorprender por la advertencia del Señor,
cuando nos dice:

¿De que le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra y pierde su vida?