Del profeta Ezequiel 18,25-28

Así dice el Señor: “Comentáis: “No es justo el proceder del Señor.” Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.”

 

Del evangelio de san Mateo 21,28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acerco al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.” Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor.” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El primero.” Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Los textos de este domingo nos proponen una mirada a la realidad,
en la que la responsabilidad personal
prima por encima de los análisis del pasado,
como posibles causas de la situación actual.

Frente a la tendencia de echar las culpas a los demás
y dejar la responsabilidad en manos de quienes nos han antecedido,
el profeta Ezequiel llama la atención de su Pueblo,
para que caigan en la cuenta
de la responsabilidad personal e individual de cada uno.

El Pueblo de Israel ha contemplado el desastre
al que le han llevado sus dirigentes, y  se queja contra Dios.

 “No es justo el Señor”.

Piensa que las culpas de sus padres las está pagando él.
Pero el Señor le pide que no mire tanto el pasado,
como su presente real.
El Señor le sitúa ante él mismo y le pregunta:

¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto?

Toda persona es libre y por lo tanto, responsable de sus acciones.
Como no es una foto fija, la persona cambia con el tiempo y
por lo tanto, vale lo que realmente es en su presente.
De manera que frente a Dios, frente al bien,
no conserva el pasado.
La acción moral del “hoy” en la que vive,
elimina el pasado si está en discontinuidad con  él.

El que ha sido justo y peca y se aparta de la justicia, muere,
de nada le vale el pasado bondadoso porque ya no está en sus manos.
Sólo tiene el presente.
Por el contrario, el que ha sido malvado y se arrepiente,
cuándo pone su pasado en la manos de Dios y hace el bien,
conserva su vida y se salvará.

Fruto de esta libertad, estamos obligados a
dejar atrás nuestro pasado y,
mirando el futuro desde el presente,
decidirnos personalmente por el bien o por el mal.

Ezequiel vive en una gran crisis.
No hay pueblo, no hay estructura social ni religiosa.
En ese momento, Dios empuja al pueblo a dar un paso hacia el futuro.

Es consolador descubrir como,
cuando todo ha caído, podemos optar por Dios,
por la verdad y por la bondad.
Puesto que somos personas libres,
Dios que lo aprovecha todo, hasta las grandes crisis humanas,
no deja de empujarnos al bien,
para hacernos crecer y para conducirnos a la vida terna.

En el evangelio de san Mateo podemos leer la siguiente pregunta,
aunque no la exprese de este modo:  
¿Quién vive en la verdad de Dios?

Jesús mira cómo curar nuestro corazón equivocado.
En Él hay una preocupación por la verdad de nuestra relación con Dios.    
Observa que  nuestros corazones se engañan y engañan a Dios.
La obediencia en la que decimos vivir es muchas veces aparente.
¿Quién obedece de verdad a Dios?.

No siempre debemos fiarnos de las palabras que salen de la boca,
o de lo que hicimos en el pasado.

La experiencia nos enseña cómo
muchas personas, que fueron intachables en su vida,
después abandonaron esa coherencia
para vivir situaciones injustificadas.

No estaría nada mal, que recordáramos que lo importante
es llegar al final y
para ello debemos mantenernos en esa lucha,
en la obediencia a la verdad,
que caracteriza a la persona consecuente.

El Señor nos dice:

“No todo el que dice Señor, Señor… sino aquel que vive”.

La vida es una lucha diaria por decirle sí.