Todo desnudez.
En el estado de cuerpo macerado en el que me encuentro,
recuerdo una de mis estancias en el Monasterio de la Oliva.
Lugar de retiro ocasional.
Después de conversar con el hermano Andrés,
terminada la oración de Completas,
ya solo en la Iglesia,
sin más luces que alguna de la puerta de la entrada,
que queda a mis espaldas, y la del Santísimo en el presbiterio,
el Señor me bendice con su paz.
Todos se han marchado a dormir o
alguna faena que les quedara rematar.
Una vez solo, fija mi mirada en el Sagrario,
respiro profundamente.
Un soplo de amanecer recorre
las naves del templo.
Arrebujado en el banco aguardo
los primeros albores de la aurora.
Hace horas que navego en un lago de silencio
en el que la soledad
Poblada de presencias que arropan mi espera.
Un soplo de amanecer recorre las naves del templo.
Arrebujado en el banco aguardo los primeros
albores de la aurora.
Hace horas que navego en un lago de silencio
en el que la soledad poblada de presencias
arropa mi espera.
Nada puedo forzar.
No puedo empujar la luz
ni teñir de colores
el aire respirado.
Sólo dejarme ganar puedo.
El soplo de la verdad viva viene
envuelto en el regalo divino de la paz.
Desnudez de todo, apertura al Todo.
Mi palabra es corta e insuficiente, pero
al que espero me conoce.
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