Del profeta Jeremías 7,23-28
Así dice el Señor: “Ésta fue la orden que di a vuestros padres: “Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien.” Pero no escucharon ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, me daban la espalda y no la frente. Desde que salieron vuestros padres de Egipto hasta hoy les envié a mis siervos, los profetas, un día y otro día; pero no me escucharon ni prestaron oído: endurecieron la cerviz, fueron peores que sus padres. Ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán; ya puedes gritarles, que no te responderán. Les dirás: “Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar. La sinceridad se ha perdido, se la han arrancado de la boca.”
RESPUESTA A LA PALABRA
La historia de Israel no deja de ser actual.
Las claves por las que atravesó este pueblo
son las mismas en las que nos movemos nosotros.
El grito de Dios recorre la historia y llega hasta nuestros días.
Su palabra no ha sido escuchada.
A pesar de la experiencia de muerte en la que vive
instalada la humanidad,
no ceja de seguir los pasos que le dicta su corazón errado.
No hay mayor ciego que el que no quiere ver.
Quien se empeña en desoír, no escuchará,
aunque en ello se juegue su relación con quien le ama.
Dura cerviz, señala el autor sagrado,
terquedad que niega la verdad más evidente,
como las obras realizadas en su favor
por quien le sacó de la esclavitud de Egipto
y le dio la tierra en la que vive.
Incapaz de doblarse, no sólo la cabeza sino también el corazón.
En el texto que comentábamos ayer,
Moisés pedía al Pueblo que no olvidara las gestas del Señor,
que no dejara de caminar de la mano de quien le amó primero.
Israel, sin embargo, mirará a otro lado,
buscará caminos fuera del que conduce al bien y a la verdad,
por el que transita el Señor.
Cuando el hombre bloquea su corazón para el amor,
la historia deriva al inicio de la misma.
El hombre, volviendo la espalda a quien le dio la vida,
busca vivir desde la nada de su mentira existencial.
Las últimas palabras que Jeremías dirá a su pueblo
llegan hasta nosotros con la misma fuerza
que las debieron recibir sus coetáneos:
“Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar. La sinceridad se ha perdido, se la han arrancado de la boca.”
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