Desde pequeño soñaba
con mariposas de luz.
Sus juegos sin saberlo,
se elevaban buscando otros lares
que los impuestos
en ese momento de su vida.
Despertó su alma y
le crecieron alas.
Quiso volar y no pudo.
La alondra,
que crecía en sus adentros,
y comenzaba a cantar,
fue vetada.
En sus manos de niño,
depositaron una pajarita de papel,
mientras su alondra
era encerrada en una jaula
con vistas al cielo.
En sus adentros comenzó
a percibir otros vuelos.
Como, de un cielo extraño
le llegaban otros reclamos,
hilos de plata de plata
que recrecían sus deseos de volar.
Cuando la soledad arreciaba en su alma,
pensaba en la tortolica
que arrullaba en su corazón y
crecía en el deseo de volar.
Creció sin dejar de ser niño,
y se adentró en la tierra
que llaman “Jauja”,
con su avecilla en las manos,
creyendo que sería respetado.
Deslumbrado, no percibió las sombras del mal
donde oficiaban los fuertes.
Halagado, motivos había para ello,
fue malherido.
Buscó sanar sus heridas.
Curanderos ineptos restañaron
la herida con emplastos inútiles.
Su corazón no ha dejado e sangrar
desde entonces.
De la jaula escapó.
Sus heridas no le impiden volar.
Como la alondra,
cuando quiere, remonta el vuelo,
bañándose de luz.
La tortolica,
ya sabe dónde colocar su nido.
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