Como la golondrina
que acaba de saltar del nido
se estremece
al sentirse sostenida en el aíre,
así mi corazón
cuando amanece en mis adentros.
Ella aprenderá a surcar
las sendas invisibles del espacio.
Memoria, de memoria inscrita,
en su sangre la llevará a su destino.
El cielo será su hogar,
azul sobre azul celeste,
y, para descansar,
solo un hilo cualquiera
o un pequeño saliente en la pared.
El aire se le abre como su gran avenida
nada tiene.
Abandonado el nido todo es suyo.
También yo debo aprender.
Apoyado ayer en mis sueños
de ser algo, que no quien soy;
hoy, después
que la tormenta cárdena,
convirtiera en crepúsculo
mi mediodía,
aprendo a mirarlo todo,
a contemplar las nadas,
desde la luz amanecida
en mis adentros,
con los ojos prestados
de quienes, sin merecerlo,
me aman.
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