El silencio acompaña a la tarde.
Un viento suave,
empuja a las nubes arreboladas
a no sé qué destino.
La tierra, que guarda en sus entrañas
el don de la vida,
ha despertado del sueño del invierno
y comienza a dar señales de vida.
Las caléndulas han florecido en el ribazo,
de albar rosado, se visten los almendros,
parece como si hubiera nevado sobre ellos.
Las palabras verdes de la hierba
se mecen en el aire transparente
De los tarayes caídos brotan renuevos.
Cruzo por la pasarela de madera
hasta la Isla del Pan,
desde la que diviso toda la extensión
del Humedal de las Tablas,
lugar entrañable desde mi infancia.
Acomodado en el refugio,
donde no me perciben las aves,
contemplo su llegada al ponerse el sol.
El horizonte arde en llamas anaranjadas y
mi alma descansa, serena, entre tanta belleza.
Esta noche agradecido, soñaré despierto
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