La tarde se despide en silencio.
El verde de los árboles de la calle
se deja abrazar por las sombras.
El blanco de mi habitación se difumina.
Por la ventana abierta se cuela la luz
apagada del ocaso.
Me asomo por ella, y veo a una mujer,
que ignora cómo se acerca la noche.
En su semblante se atisba la ausencia del tiempo.
En mí todo es quietud y espera.
No hay oscuridad alguna.
La pequeña candela,
que brilla en mis adentros,
es más fuerte que el brillo del lucero
de la tarde.
Para compartir esta historia, elija cualquier plataforma
Deje su comentario
Usted debe estar identificado para comentar