Del evangelio de san Juan 21

Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: – «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: – «No.» Él les dice: – «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. » La echaron, y no teman fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: – «Es el Señor.» Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Estaba amaneciendo.
La Luz se hizo presencia,
destruyendo la noche del hombre
que ha sufrido la muerte y la espera,
e ilumina y transforma su suerte engañada y herida.

Cuando el hombre edifica por que sí,
no construye.
Pedro aunque quiera no puede
y aunque busque la ayuda de iguales, tampoco.

Toda la noche bregando y la redes vacías.
Los ecos del salmo se hacen memoria:
“Si el Señor no construye la casa
en vano se cansan los albañiles”.

No, no tienen pescado.
Ni futuro, si no se lo acercan.
Pero la Vida aguarda en la orilla.
El amor es más fuerte y se abre injertando futuro.

La Palabra de nuevo se expresa
y descorre el cerrojo que la muerte cerró.

“Echad de nuevo la red,
esta vez donde esperan los otros”.

La claridad se hace amor.
Antes de que la barca se llene de vida,
ha colmado el corazón de los amigos “oyentes”.

Ecos de un tiempo cercano movilizan el amor enclaustrado.
A Juan, el amigo, se le escapa un suspiro:
“Es el Señor”.
Y en Pedro, de nuevo el primero,
se despierta el deseo de llegar hasta Él.

Los demás, con Pedro y con Juan,
volverán a la orilla donde espera la Mesa dispuesta
y en ella el Señor disponible.

Las brasas del amor encendido
han horneado el Pan de la vida
que invita a sentarse y a dejarse hacer.

Peripecia humana colmada.
Quienes se alejaron arrastrados por la brutalidad de la muerte,
arropados de noche, hambrientos de ser,
ahora regresan al día, llamados de nuevo
por la Palabra hecha Pan.

Con Pedro, con Juan, con la Iglesia,
nosotros huidos, heridos de muerte,
volvemos a ser preguntados :

¿De qué viviréis?.
Aquí, preparada, está mi Mesa. Aquí está vuestra vida.