El sol rompe el horizonte y asoma,
despertando a los colores.
En la mañana
el brillo de la luz,
arranca los primeros verdes
a los sembrados
que se dejan mecer
por la brisa del oeste.

Una nota vertical surge
sin ser vista.

La franciscana alondra,
pegada al suelo,
levanta el vuelo
por un camino invisible,
vedado para nosotros.

Un pastor me dijo:
“A la alondra se le oye
antes de que se la vea”;
a lo que añado:
se sigue oyendo
después de dejarla ver.

El canto que iniciara
cuando levantara el vuelo
lo sigue manteniendo
en las alturas.

La vehemencia
de sus trinos llegan a nosotros
nítidos y prolongados.

De su cuerpecillo,
misteriosamente elevado
en el aire mañanero,
brota el canto sostenido.
Parece como si enamorada de la luz
se hubiera olvidado de respirar.