La persona madura
no se satisface con luces de colores,
ni con palabas vanas.
Las poses forzadas, del inepto,
de cara a la galería,
le sirven para engordar
su ego hinchado de nada;
pasado un tiempo,
en el que se consideraba útil,
sigue siendo patético,
su hacer espasmódico
es sólo humo.

Pero todo se acaba:
la fealdad maquillada,
la maldad trasvestida,
la estupidez oculta de los necios,
no aguantan el tiempo.

El ojo interior de quien
se sabe persona y no polilla
no sabe engañar.
Bañado en luz
contempla la tela de araña
tejida de sombras.

No se deja atrapar.
Su vida no precisa de ella.