Camino sin prisas por la ciudad,
me sale al paso un vendedor callejero
que me ofrece un manojo de espárragos trigueros.
Recuerdos de la infancia
me llevan a Manzanares,
el pueblo en el que nací y pasé
parte de mi juventud.
Por la tarde, al regreso de los rebaños
de cabras y ovejas,
de pastar del campo,
un pastor, conocido de la familia,
le traía a mi madre,
un manojo tiernos y jugosos.
Esa noche teníamos para la cena
una tortilla, con ellos, o una salsa
a la que escalfaba unos huevos.
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