Belleza y dolor llevan apareciendo
en el arte y en la literatura,
desde la noche de los tiempos,
como si el ser humano no pudiera
renunciar a contar su historia.

Giorgio Vasari, en la biografía,
sobre Miguel Ángel Buonaroti
dice que la vida humana, suele ser medida en años,
pero cuando descendemos,
a lo que verdaderamente importa,
la realidad de los hechos,
la escala varía , se hace mucho más precisa
y llega a distinguir con claridad momentos
que pueden albergar buenas dosis de belleza.

La duración de un instante es de suyo,
indeterminada, y puede ser diminuto
o prolongarse hasta alcanzar
una dimensión sublime.

Textualmente, escribe:

“Mientras que los espíritus industriosos y egregios se esforzaban con la luz del celebérrimo Giotto y sus seguidores por dar al mundo pruebas del valor y la benignidad de las estrellas y la mezcla proporcionada de humores que ya había concedido a sus ingenios y,  deseosos con imitar la excelencia del arte de la Naturaleza, para alcanzar todo lo posible esa suma sabiduría que muchos llaman inteligencia, universalmente, se esforzaban en vano, el muy benigno Rector del Cielo volvió los ojos con clemencia a la tierra, y al ver la infinidad de tantos errores se dispuso de tantos esfuerzos, los muy ardientes estudios sin fruto alguno y la opinión presuntuosa de los hombres, más alejada de la realidad que las tinieblas de la luz, para resarcirnos de tantos errores se dispuso mandar a la tierra un espíritu que universalmente  en cada una de las artes y de todas las profesiones mostrase  la complejidad de la ciencia de las líneas, la pintura, el juicio de la escultura y las intervenciones  de la verdaderamente agraciada escultura. Y, para esto quiso acompañarlo de la auténtica filosofía moral, del ornamento de la dulce poesía, para que el mundo lo eligiese y admirase  como su más singular espejo en la vida, en las obras, en la santidad de sus costumbres y en todas las acciones humanas”.