Como todas las tardes,
el cielo me está esperando,
para acompañarme en mi paseo.
Los pájaros, siguen en los árboles,
para recodarnos que la vida
no es puro hacer y
para deleitar con sus trinos
a quienes decidan salir de sí.
Los niños, con sus juegos,
ignoran a los mayores,
que no descansan
de dar vuelta a sus agobios;
que ni descansando descansan,
malbaratando la vida .
Mientras los chicos se divierten
con unos palos,
como si fueran espadas;
las niñas juegan a la rayuela,
saltando por las cuadros
dibujados en el suelo,
sin pisar las rayas.
Los juego, inventados por pequeños,
son pura gratuidad;
les llevan a un mundo mágico,
desconocido para los adultos.
Desde donde estoy:
observo y envidio.
Necesito que alguien
me coja de la mano,
me saque de aquí
y me lleve a ese lugar,
que añoro,
de los “Picos de Europa”,
y volver al santuario
de la Santina en Covadonga,
para deleitarme con el verde
de sus prados y el encanto
señorial de sus pueblos.
Dicen que el aire
es el mismo en todos los sitios,
sin embargo,
no es esa mi experiencia:
Caminar por allí,
cubierto con un poncho
impermeable,
dejando que el aire húmedo
me acaricie la cara,
respirando el paisaje natural,
colma mi necesidad de belleza.
Para compartir esta historia, elija cualquier plataforma
Deje su comentario
Usted debe estar identificado para comentar