Despierto, en medio de la noche,
y una pregunta me visita:
¿Qué necesita el día para ser logrado?

No es preciso buscar:
lo que llegue,
puede venir de cualquier parte;
se me dará en un segundo y
dará color al resto de la jornada.

La felicidad, pertenece al mundo
de lo pequeño y de lo imprevisible.

Un pequeño rayo de luz
golpea la superficie de lo real,
despertando en ella
una sonoridad inimitable;
melodía musical
que se propaga por el aire
y llega hasta lo más lejano.

Espero,
durante toda mi vida,
algo distinto a todo,
que me libere de la necesidad;
que me capacite para vivir
en la simplicidad de las cosas.

Después de mucho trasegar
en la vida,
percibo que el presente
es poroso y voluble.

En realidad, lo que espero,
no es algo que pueda darme el tiempo.

No sé cómo explicarlo,
aunque tampoco es necesario hacerlo.

Mi vida surfea por unos mundos
que no son los trillados a diario.