Debemos reconocer que,
que en la urdimbre de todo lo creado,
hay un plus, del que a penas, sabemos algo.
La vida se mueve, como un arroyo,
de manera constante, desde su advenimiento,
pero el manantial del que procede le precede.
El silencio cubre el misterio de todo lo que fluye.
Hablamos de lo que vemos y acontece,
del impensable flujo de la vida,
más no podemos desandar el camino recorrido,
aunque, a veces, nos gustaría poderlo hacer.
La marea sube y baja,
limpiando la playa de lo que la tormenta
arrastrara,
configurando la costa a lo largo del tiempo.
Ahí, donde ayer habiera rocas, hoy hay sólo arena,
donde hubo arena, hoy ha sacado las rocas a la luz.
La persona no puede desandar
lo vivido,
porque es fruto de un devenir constante,
a lo sumo puede aprender,
para no repetir los errores o
completar el bien realizado.
El horizonte,
que se nos abre mientras vivimos,
nos invita a caminar en comunión
con todo lo que nos habla de amor.
como pequeños veleros,
buscamos, en nuestro atardecer,
legar a buen puerto.
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