Reposar en el campo, al raso,
bajo la luz de las estrellas.
Contemplar la noche.
Acariciar la cabeza de Nela,
mi perra labradora y
dejarme tocar con su hocico húmedo.
El rumor que despierta el aire
al mecer al panjino
y el aroma que desprenden sus hojas,
me llevan a la niñez, cuando en la huerta,
mi tía Críspula
nos contaba viejas historias
despertando nuestra imaginación soñadora.
Tiempo iniciático,
que nos abriera a gozar la vida sin prejuicios.
La música cadenciosa del agua
al caer de los canjilones de la noria.
La luz derramada del cielo estrellado.
El silencio callado que nos envolvía, todo era uno.
Sentados en los poyos de piedra,
pegados a la casa,
dejábamos pasar el tiempo sin medida.
La belleza, que viviera entonces,
todavía perdura y emerge defendiéndome
de la prosaico de esta cultura enajenada
Para compartir esta historia, elija cualquier plataforma
Deje su comentario
Usted debe estar identificado para comentar