Como bumerán, regresa la vida a mis adentros,

recordando tiempos pasados,

en los que viviera gratamente,

arropado por el amor de los míos.

 

Como pájaros perdidos,

vienen a mi memoria los días felices

de mi niñez.

 

En Manzanares, el paseo del río Azuer,

regado por las tardes, en verano.

 

El lecho del río, con apenas agua,

en el que me metía para coger renacuajos

y poder ver, en casa, su evolución,

hasta convertirse en ranas.

 

El puente, llamado de los pobres,

en donde cogía las hojas de las moreras,

para dar de comer a los gusanos de seda,

que criaba.

 

Tiempo de ensueño,

en el que desperté a la vida, arropado

por el amor de propios y ajenos.

 

Mi vida corría a la par que la de la naturaleza.

Toda novedad quedaba registrada

en mis adentros y acrecentaba

los deseos de vivir.

 

El paso de los años no han borrado

mis experiencias primeras.

El niño, que fuera, permanece vivo,

en este cuerpo envejecido.

 

La curiosidad por saber,

mantiene mi razón despierta

y el corazón abierto a lo inesperado.

 

Belleza inacabada es mi camino.

La música y el color sobrevuelan

mis noches y mis días.

 

Aunque pasen los años,

y veranos e inviernos se sucedan,

en el continuo rodar de las estaciones.

 

El​​ crecer de la hierba,

el zureo​​ de​​ las​​ palomas y

los abrazos de los amigos,

seguirán siendo señas

de mi identidad