Ficticio era el entramado del grupo.
Bla, bla, bla.
No había sustancia en lo que hablaban.
Palabras como flores secas,
anulaban toda posibilidad de diálogo.
Instalados en intereses vacíos,
la conversación rozaba
el absurdo.
Cada uno en su piel,
no atendían a razones.
Un soplo de sentido,
sostenido por la verdad,
quería hacer acto de presencia.
Quisieron golpearle puerilmente,
con palabras sin argumento,
pero no pudieron vencer su transparencia;
abundaba de luz su alma desnuda,
de fuego callado su consciencia.
Prudente, percibía la realidad,
la vaguedad de sus razones;
veía la soledad de los gregarios,
la muerte interior
de los que juegan con la verdad.
Pero su alma no fue vencida.
El silencio sonoro,
de la verdad, le libró de caer
en el juego de los otros.
Como un río de luz,
recorría su sangre,
aligerando el peso de los necios.
Como brisa fresca volvió a su casa.
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