Allí, debajo de la higuera
-nunca mejor dicho-,
rumiaba la realidad de la persona,
más allá de su apariencia.
Contemplaba la urdimbre
de su verdad imperecedera,
de un tiempo futuro impredecible
El presente, con su pasado,
lo percibía proyectado,
hacia ese punto que está por llegar.
Y se decía:
“Las experiencias vividas,
colorean la realidad de cada momento”
Es hermoso percibir,
la vida de uno mismo,
más allá de los accidentes provocados
por los muertos vivos,
por las personas aferradas al presente,
por quienes viven pendientes del pasado.
Estamos demasiado
expuestos a ilusiones,
y, atrapados por múltiples razones,
olvidamos contemplar
nuestra existencia,
en su última estación.
La experiencia, nacida del humus,
del hacer humilde del corazón,
nos dice:
“La vida se comprende a partir de su meta”.
El camino está condicionado por su final.
La gran encina se contempla
en el corazón de la bellota.
Puede que alguien la pise
o un cerdo la devore,
pero si la dejamos crecer,
será el hermoso árbol
que lleva dentro
Quizá se pueda argumentar:
¿Cómo garantizar mi estado final,
si no dejo de ser libre y
por ende, obligado
a tener que elegir
desde una libertad hipotecada?
“Sólo los muertos
tienen el futuro asegurado”
Han clausurado su tiempo y
han eternizado su presente.
No así quienes nos sabemos
en camino y amamos también
la última estación de nuestra vida.
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