Se despereza el invierno
y llama a la vida
la savia adormecida
en los almendros.

El rosa albar de sus flores,
confirman una radiante primavera;
un abejorro, danza entre las ramas,
mientras gusta
el dulce néctar de sus senos.

Nada gratifica más
que el asombro que produce
la contemplación
de la vida en movimiento.

Azul celeste, almendros nevados,
el blanco rosáceos de sus flores,
prendidas en sus turgentes ramas,
el verde tierno de las incipientes hojas,
conforman una pequeña paleta
de luz y colores,
animada por la sonrisa de la brisa,
por el canto solitario
de las alondras mañaneras.

Si miro a mis adentros,
otra luz me aguarda
y, con una amplia sonrisa,
me da los buenos días.