En un cielo vacío,
semejante a un mar sin bruma
el viento arrastra,
como balandros blancos
unas nubecillas,
fruto del calor de la tarde.
Los últimos rayos de sol,
realza el blancor añilado
de la pared del huerto.
De los almendros,
como copos de nieve,
sus flores bendicen
la tierra que besan.
Agua de noria riega la huerta,
corriendo por los surcos,
abiertos entre los caballones,
donde crecen hortalizas de verano.
Los tomateras han sido enramadas,
para que los tomates no toquen la tierra y
las berenjenas despuntadas para que abran.
El hinojo embalsama el aire con su aroma.
Me acompaña en el recorrido mi gata “Pelusa”,
sobona como ella sola,
restregándose en mis piernas.
En el horizonte,
el sol herido de muerte
se pone inmerso en un mar de sangre.
Las golondrinas han regresado a sus nidos.
El encantamiento de una paz profunda,
se cierne sobre el campo.
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