Retirado, en la tarde de mis años,
vivo en un relativo olvido.
Pocas son las personas que mantiene
relación conmigo,
mientras que la naturaleza sigue
mostrándome sus maravillas.
Acompañado de mis libros y
de la música que no pasa
los días transcurren
dando gracias a Dios
porque desde la infancia
me dio conocer la belleza.
Preguntado si no me muerde la soledad,
respondo que no, que ahuyento mis zozobras
contemplando el mundo
de las cosas que me rodean.
Vivo más allá de la opinión de los demás,
al hilo de las palabras de aquellos
que, con sus escritos,
alimentan mis deseos de correr
tras la verdad y la belleza.
Mi vida permanece abierta a ellas
desde antes de que la razón
me llevara a preguntarme
cualquier por qué.
Mi buen Dios me ha enseñado
que la vida es un constante fluir,
que la muerte no puede detener.
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