Me adentro en el corazón
buscando la paz.
Estos días, el camino,
se me muestra más árido,
controvertido y letal.

Mi refugio es la oración y
la naturaleza.

Esta tarde envidiaba
a los acianos azules del camino
y a las amapolas,
que no tiene más  que cantar,
a través de su belleza,
la gloria de Dios.

El alma se me iba, con las nubes
y deseaba desaparecer como ellas,
arrastradas por el viento invisible.

Recordaba lo que dijera Marck van Doren:
“las aves no saben que tienen nombre”.   

Preocupado y conmocionado,
me sentía muy vivo y real,
rodeado de silencio y penetrado de verdad.

La necesidad de libertad, que tuve antes,
ahora me parecía urgente,
para dar sentido a la vida.

Pero me siento impotente,
para ser libre,
si no quiero herir a quien me ama.