Del evangelio de san Lucas 21, 1-4

En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: «Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»

RESPUESTA A LA PALABRA

El evangelio resulta muchas veces chocante.
Hoy mismo podemos leer:
“Mujer pobre, que se empobrece más,
es más rica que los ricos,
que retienen sus riquezas”.

No está de más reconocer que esta mujer,
a la que el Señor alaba,
es una “bienaventurada”
porque su pobreza voluntaria
la coloca de lleno en el “Reino de Dios”,
aunque no cuente para nada
en el estatus social en el que vive
y el que reconoce al rico un lugar de privilegio.

No parece correcto decir que la pobreza
no es una desgracia absoluta,
si no la identificamos con “la miseria”,
mientras que “el exceso”
puede ser causa de perdición.

En realidad el problema radica
en el uso abusivo de las cosas,
que confieren una imagen social para este mundo y
que dista mucho de llevar a la persona
a una felicidad verdadera,
no sólo hoy sino también “mañana”.

La imagen es como la sombra que se alarga,
resultando ser mayor que la persona
a la que corresponde.
Imagen que desaparece en el momento
en el que los focos exteriores
dejan de proyectar sobre ella su luz.

Hoy san Lucas viene a decirnos
que ante la mirada del Señor
no cuenta la sombra, la imagen,
el estatus según el mundo,
sino la persona en sí misma,
despojada de todo aquello
que no sea su corazón.

Encontramos en la Biblia (salmo 49)
cómo reflexiona un creyente
ante la situación del rico
que cierra su corazón al necesitado.

El hombre no perdurará en la opulencia,
sino que perece como los animales.

Este es el camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos:
son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor,
y bajan derechos a la tumba;
se desvanece su figura,
y el abismo es su casa.

Pero a mí, Dios me salva,
me saca de las garras del abismo
y me lleva consigo.

No te preocupes si se enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él.