Del evangelio de san Marcos 13,24-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»

RESPUESTA A LA PALABRA

El evangelio de san Marcos
nos acerca al final de un mundo que pasa y
que nos acecha a todos.

El lenguaje utilizado por el evangelista
es muy fuerte y
lleva a contemplar la realidad que pasa con miedo,
despertando en nuestro interior
toda una cadena de sentimientos negativos.

Todo final, como algo desconocido,
suscita reacciones encontradas,
la mayoría de las veces desconcertantes. 

Pero veamos realmente lo que san Marcos pretende decir.
El evangelista no trata de instalarnos en el temor y
menos en la desesperanza.
Propone que vivamos vigilantes,
conscientes de que toda realidad contingente
tiene que pasar, pero nosotros no pasaremos.

Cuando damos rienda suelta a nuestros miedos y
perdemos el horizonte de la esperanza,
no producimos sino visiones catastrofistas de la vida.

La presentación del fin del mundo y de la humanidad
no deja de ser un ejercicio de imaginación,
no siempre exento de intenciones segundas.

Para un cristiano que asume su temporalidad y
a la vez cree que “la vida no termina, sino que se transforma”,
el final de un mundo, el fin de un modo de vida, da lugar a otro,
hasta que ésta se torna definitiva.

La experiencia que nos acerca la Historia de la Salvación
es totalmente positiva y esperanzadora.
Nada escapa a la misericordia de Dios y
como dice san Pablo, “todo concursa para bien”.

No nos debe preocupar tanto el final,
cuanto el tiempo presente.

Debemos ser conscientes y vivir este tiempo,
que se nos da como gracia,
comprometidos con la verdad y con el bien,
haciendo de nuestro mundo un lugar para todos, justo y amable.

¿Qué sentido tiene imaginar el final de la historia,
si no me importa de verdad el presente de la misma?

Donde, en realidad el futuro se juega es en el presente. 

Porque es cierto que “los cielos nuevos y la tierra nueva”
a la que nos dirigimos, es una realidad para nosotros,
encontramos en la profecía de Daniel
la clave para nuestra responsabilidad:

“Por aquel tiempo… se salvará tu pueblo:
Muchos de los que duermen en el polvo despertarán:
unos para vida eterna,
otros para ignominia perpetua.
Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento,
y los que enseñaron a muchos la justicia,
como las estrellas, por toda la eternidad”