Del evangelio de san Mateo 5, 1-12

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Cada vez que me enfrento al texto de las “bienaventuranzas” experimento un asombro que tiene que ver con la imposibilidad de razonar con los parámetros con los que nos han acostumbrado. Pobreza, miedo, injusticia, persecución, llanto… ¿pueden ser motivo de alegría? ¿Dónde está la felicidad en la humillación? ¿Quién es el loco al que le invierten los valores humanamente cotizables  y todavía da gracias por ello?

Esta noche alguien ha venido en mi ayuda con su experiencia y ha encendido una pequeña luz en mí, por lo que le doy las gracias desde aquí. Los caminos del Señor no son como los nuestros, y la lógica de su amor no tiene nada que ver con lo rastrero de nuestro pensamiento.

Hace días recibía una carta de una religiosa en la que me expresaba su estado interior, que bien pudiera definirlo como de “bienaventuranza”.

Había pasado una situación difícil. Entre otras cosas, se cuestionaba su labor como responsable de la comunidad. El ambiente de la casa, deteriorado por motivos ajenos a su voluntad, fue la causa de que interviniera la “Provincial”. Se le hacía responsable de ser la causa de las tensiones habidas y se le acusaba de tener acepción de personas.

Lejos de defenderse, explicó  lo mejor que pudo la situación, con sumo cuidado para no descubrir la causa real de los problemas existentes. En todo momento omitió que dos hermanas de la comunidad le estaban haciendo la vida imposible, tergiversando las cosas y desautorizándola ante las demás. 

Terminaba diciéndome:

“Mi situación actual es de paz. El desasosiego y la contradicción han dado paso a una gran paz. Tengo la impresión de que la justicia de Dios, entendida como misericordia, es más fuerte que nuestras mezquindades. Lo sufrido en este tiempo lo doy por bien empleado, sobre todo porque el Señor me ha sostenido en el sufrimiento y por su gracia me he guardado de denunciar a mis hermanas. Este episodio me ha hecho comprender mejor la condición humana y a la vez el valor de la gracia. No guardo en mi corazón sino agradecimiento porque en todo este tiempo el Señor no me ha abandonado”