Del evangelio de san Juan 2, 1-11

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino.” Jesús le contestó: “Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.” Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él diga.” Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua.” Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: “Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.” Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.” Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Una vez celebrado el bautismo de Jesús,
la Iglesia nos propone para nuestra reflexión
el hecho que marca el inicio de la “Hora del Señor”.
Jesús ha venido a nosotros con una misión que cumplir.
El amor desbordante del Padre se desborda en Jesús,
entregado por nosotros.

El acontecimiento que nos narra san Juan lo debemos leer
en el contexto de la historia de Dios con los hombres.
Historia frustrada por el egoísmo y la soberbia humana y
recompuesta por el amor y la misericordia de Dios.

La boda de Caná es el signo de los desposorios
de Dios con su Pueblo, de Dios con nosotros.
La andadura que Dios ha hecho con Israel a lo largo de la historia,
alcanza ahora ese momento
en el que comienza a hacerse realidad
el designio amoroso de Dios. La unión de vida de Él y del hombre.

Es muy hermoso ver el papel de la “Mujer-Madre
en el momento en el que manifiesta a “Jesús-el-Hijo”
la voluntad de “Dios-Padre”.

Debemos contemplar el Bautismo de Jesús y la Boda de Caná
como dos momentos unidos en “La Hora del Señor”.

Si el bautismo es el momento en el que
el Padre confiesa a su Hijo y el Espíritu se derrama sobre Él,
la boda de Caná,
es donde el Padre le señala la “hora” a través de María,
y el Espíritu del Amor se derrama sobre su pueblo
desde el vino dado por Jesús.

Debemos pararnos en las consecuencias derivadas,
según san Juan, de este suceso. San Juan escribe:

“Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él”.

Juan no habla de un milagro más de los llevados a cabo por Jesús.
Habla de signos, de señales, que indican un más allá del suceso mismo.
Jesús con este milagro, está indicando
que el tiempo de la Promesa de Dios se ha cumplido y
la alianza entre Dios y el hombre, dejando de ser un deseo,
para ser una realidad.

La gloría de Jesús no es mundana,
no es el triunfo de un hombre con poder,
sino la gloria de Dios, nacida de su obediencia al Padre y
por lo tanto, expresión de su amor entregado.

Los discípulos, que comparten este momento,
intuyen que Jesús es el Señor.
Hasta ese momento habían escuchado las palabras de un Maestro,
ahora perciben su obrar de amor,
que apunta al cumplimiento de sus deseos.