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Tres son lo hilos sobre los que se trenza la Cuaresma: Oración, ayuno y caridad. Si el miércoles hacíamos alusión a la oración y ayer al ayuno, hoy os propongo este texto del Papa Juan Pablo II.

 “Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (20,35).

No se trata de un simple llamamiento moral, ni de un mandato que llega al hombre desde fuera. La inclinación a dar está radicada en lo más hondo del corazón humano: toda persona siente el deseo de ponerse en contacto con los otros, y se realiza plenamente cuando se da libremente a los demás.

El Hijo de Dios nos ha amado primero, “siendo nosotros todavía pecadores”, (Rm 5,8), sin pretender nada, sin imponernos ninguna condición a priori. Frente a esta constatación, ¿cómo no ver en la Cuaresma la ocasión propicia para hacer opciones decididas de altruismo y generosidad?

Como medios para combatir el desmedido apego al dinero, este tiempo propone la práctica eficaz del ayuno y la limosna. Privarse no sólo de lo superfluo, sino también de algo más, para distribuirlo a quien vive en necesidad, contribuye a la negación de sí mismo, sin la cual no hay auténtica praxis de vida cristiana.  (Juan Pablo II)

Del Evangelio de San Lucas (5.31-32)

Jesús les replicó: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”

RESPUESTA A LA PALABRA

Bendito seas Señor,
que en tu misericordia entrañable
contemplas nuestra fragilidad.

Nuestro cuerpo se destruye,
nuestra mente se debilita,
muestra moral se quiebra,
y nosotros poco podemos hacer.

Si acudimos a hombres expertos buscando ayuda,
ellos, con su ciencia adquirida, palían nuestros males,
pero la raíz de los mismos permanece intacta.

Tú, Señor,
has venido con el remedio definitivo.
Nosotros creemos que tú eres médico
y medicina,
vida que vivifica,
amor que sana.

Mira compasivo nuestra situación concreta y sánanos