Números 6,22-27
El Señor habló a Moisés: “Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.”

 

 RESPUESTA A LA PALABRA
Se abre el año con una invitación por parte de la Iglesia,
a vivir fundamentados en el amor de Dios,
y bajo la protección de María, la Virgen-Madre.
Necesitamos motivos para la esperanza,
sobre todo cuando las dificultades arrecian y
el horizonte se nos manifiesta amenazante.
El Señor viene hoy con una palabra de confianza,
con una bendición que toca nuestro corazón y nos calienta el ánimo.
“El Señor te bendiga y te guarde, el Señor te muestre su rostro radiante y tenga piedad de ti, el Señor se fije en ti y te conceda la paz”.
Es más que un deseo.
Es la realidad del hombre que se siente amado por Dios
y lo acoge como fundamento de su existencia.
Si contemplamos despacio la fórmula
en la que se expresa la bendición,
descubrimos algo que nos maravilla.
Por tres veces invocamos el nombre de Dios,
por tres veces expresamos la firme convicción
de que en Él ponemos nuestra esperanza,
porque sabemos que en Él está la respuesta a nuestro azares.
Que el Señor nos bendiga y nos guarde,
que el Señor nos preserve de los peligros que nos acechan,
especialmente el de hacer el mal.
Rezamos todos los días:
 “No nos dejes caer en la tentación. Líbranos del mal”.
El mayor mal que nos acomete a los hombres,
aunque no lo reconozcamos, es el pecado,
la búsqueda de nosotros mismos,
y de nuestros intereses bastardos, al margen de los demás.
Que el Señor nos libre del Malo,
que vivamos en el bien y en la verdad,
que nuestro hacer y padecer sea digno de los hijos de Dios.
La siguiente invocación no puede encerrar más belleza.
Que el Señor nos muestre su rostro.
Que el Señor nos sonría,
que en su benevolencia
nos deje percibir la ternura con la que nos contempla.
Que esa mirada sonriente nos llene de paz.
No de ausencia de problemas o dificultades,
sino de ese estado interior que nos lleva
a afrontar la vida sin violencia, sin resentimientos,
sin miedo, con esperanza…
La verdad es que ya hemos sido bendecidos de esta manera.
San Pablo escribe:
“Dios nos ha bendecido, en la persona de Cristo con todos los bienes materiales y espirituales”.
Cristo el Señor nos ha rescatado, nos ha liberado,
nos ha manifestado el rostro humano de Dios.
Nos ha reengendrado como hijos.
Nos ha hecho pasar de ser meras criaturas, a ser hijos de Dios.
Jesús, el Cristo, el hijo de Dios y de María,
es la bendición de toda bendición.
En él podemos contemplar toda la gloria de Dios y la del hombre.
Y junto a Él, a María, su Madre, la llena de gracia, maestra de vida.
Pidamos al Señor que,
puesto que nos la ha dado como madre,
sea también para nosotros maestra.