Del libro de los Números 6,22-27

El Señor habló a Moisés: “Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Ocho días después de la Navidad, el primero del año,
la Iglesia celebra a la Virgen  María  invocándola como Madre de Dios.

Hace ocho días celebrábamos el nacimiento del Hijo eterno del Padre.
Jesús, Hijo de Dios,
también lo es  de María según la carne.
Ella ha hecho posible que quien era Hijo de Dios
sea también Hijo de Abrahán.
Por tanto, María es su verdadera Madre:  ¡Theotókos, Madre de Dios!

Bendito sea Dios porque si nos ha revelado que Jesús es la vida,
también sabemos que María es la Madre de la vida.
Si Jesús es la esperanza, María es la Madre de la esperanza.
Si Jesús es la paz, María es la Madre de la paz, Madre del Príncipe de la paz.

Al entrar en el nuevo año, pidamos a nuestra Madre santa
que nos bendiga.
Pidámosle que nos dé a Jesús,
nuestra bendición plena,
en quien el Padre ha bendecido de una vez para siempre
la historia,

transformándola en historia de salvación.

Bajo la mirada de la Virgen Madre celebramos, también,
la Jornada mundial de la paz.

En medio de una preocupación generalizada
a causa de las crecientes tendencias excluyentes
que afectan a nuestras sociedades y culturas,
tenemos que superar la tentación del desaliento.

Para ello debemos mirar el futuro como Dios lo contempla y
trabajar con empeño por hacer realidad un mundo
donde el bien común sea una realidad para todos.

Es una constante el que las personas aspiremos a vivir en paz.
Este deseo es tan humano que aflora en nosotros
en cuanto nos sentimos agobiados y
descubrimos las divisiones y rupturas, tanto personales como externas.  

¿Pero cómo llegar a la paz cuando en nuestro corazón
crece el virus del pecado, llámese egoísmo,
soberbia, afán de dominio, envidia, placer a cualquier precio…?

En este primer día del año,
el Señor viene a decirnos algo que necesitamos saber y
no debemos olvidar.
La paz es antes que nada un don, que arraigado en el corazón,
transforma la vida de quien lo recibe.

Dios es el poseedor de la paz y la ofrece
a todo el que quiera aceptarla,
aunque nos parezca que en ciertas circunstancias sea imposible.

Renovemos hoy nuestra fe, confiando en la bondad de Dios y
hagamos nuestra la bendición con la que Moisés bendijo a su Pueblo:

“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”.